Una
adolescente de 17 años padecía molestias en la zona renal. El médico de
guardia le explicó que se trataba de “un
simple quiste” sin mayor riesgo. Las molestias persistieron y
los dolores se intensificaron. La paciente volvió al sanatorio.
Pese a los antecedentes, y sin mirar la historia clínica, los médicos tratantes
le prescribieron anti-bióticos una y otra vez y despacharon a la joven a su
casa. El ida y vuelta del hogar al hospital se repitió durante varios
días, hasta que el estado de la paciente hizo crisis: fue intervenida
quirúrgicamente de urgencia y a la postre se le extirpó el riñón derecho.
La paciente y su madre presentaron una demanda millonaria contra todos los
médicos que habían efectuado los diagnósticos iniciales. En primera
instancia, los médicos prevalecieron a partir de una pericia que les había sido
favorable. Pero en segunda instancia, el Tribunal de Apelaciones ordenó
una segunda pericia y revocó el fallo de primer grado.
He aquí la singularidad de la especie: ¿cómo proceder ante dos pericias médicas
absolutamente contradictorias?
El punto fue analizado con rigor por la Suprema Corte de Justicia “la SCJ”),
que fue lapidaria a la hora de valorar la sentencia del Tribunal. En
opinión de la SCJ, ante la existencia de dictámenes contrapuestos, el Tribunal
pudo y debió fundar doblemente su decisión y extremar la argumentación para
fundamentar por qué desechaba una de las pericias en favor de la otra. Sin
embargo, el Tribunal optó por el atajo, sin explayarse en los motivos concretos
por los cuales se prefería una de las dos pericias.
Las expresiones de nuestro máximo órgano judicial fueron durísimas: el Tribunal
“no expresó las razones
de su preferencia, y la conclusión que es su resultado -la
sentencia, puntualizamos nosotros- puede
calificarse como ilógica, absurda o arbitraria”. Razones
todas ellas por las cuales la Corte no vaciló en anular la sentencia del
Tribunal.