El
lector memorioso seguramente recordará el aclamado film que le valió a sus
protagonistas estelares -Merryl Streep y Dustin Hoffman- el primer Oscar
de la Academia que ambos cosecharon. La película del Director Robert Benton
trataba acerca de un divorcio dramático y la encarnizada batalla legal que le
siguió por la custodia de su hijo.
He aquí el tema de la sentencia que hoy comentamos. Y aunque la frecuencia de
los divorcios hoy es un dato que nadie discute, la peculiaridad del caso está
dada por el planteo de la mujer divorciada: pretendía, ni más ni menos, negar a
su ex marido el derecho a ver a su hijo menor. Porque según ella, su ex-esposo
no era más que “el
progenitor biológico”, que nunca había asumido “responsabilidad de padre alguna,
ni moral ni económicamente”.
El Tribunal de Apelaciones de Familia (“el Tribunal”) entendió que el argumento
era sencillamente ilegal. En opinión del Tribunal, querer hacer desaparecer al
padre de la vida del niño para insertarlo en el nuevo tejido familiar creado
por la madre (que se había vuelto a casar), no tendría otro efecto que ahondar
el daño al menor. El Tribunal convocó el principio rector en la materia, a
saber, garantizar el
interés superior del menor.
En su virtud, el Tribunal afirmó que es fundamental que el niño tome contacto
con ambos progenitores, debiendo la Justicia abogar por el derecho del menor a
mantener el vínculo afectivo y el contacto directo con ambos padres.
El Tribunal remató afirmando que la pretensión de ocultar la figura del padre
para que se aleje por completo de la vida del menor, desconocía la riqueza que
podía significar para el niño encaminar el encuentro con su padre. La pregunta
que la Justicia debe responder -reflexionó el Tribunal (con buena dosis de
sabiduría)- no es cómo funcionará mejor la vida de la madre, sino qué es lo
mejor para su hijo.